
Cada vez que decimos
"la ciencia avanza muy rápido" estamos, sin saberlo, haciendo
referencia a la ley de rendimientos acelerados, que explica por qué pronto todo
se va a salir de madre.
ciencia avanza que es una barbaridad, que
decía el célebre verso de la zarzuela La verbena de la Paloma. Todos, más o
menos legos en la materia, hemos tenido la misma sensación en un momento u
otro. Afirmaciones como “¡quién iba a decir que un día íbamos a poder
conectarnos a internet con un aparato tan pequeño!” o “el ordenador no
tiene más de tres años y ya se me ha quedado viejo” (hola, obsolescencia
programada) no hacen más que expresar de forma coloquial una realidad que ya
está aquí pero de la que no todo el mundo se ha dado cuenta: que la velocidad a
la que cambia nuestro entorno es cada vez mayor, y que esta evolución se
realizar de forma exponencial y no lineal.
Se trata de algo que ha sido desarrollado en la
conocida como ley de rendimientos acelerados, que asegura que el crecimiento del
progreso tecnológico es exponencial. Aunque, como es lógico, ha sido sugerida
por diversos pensadores a lo largo del último siglo, fue enunciada en su forma
final por Ray Kurzweil en un ensayo de 2001 que recibía el nombre de dicha
teoría. En su obra, el polifacético científico (también músico y empresario)
aseguraba que se producirán “cambios tecnológicos tan rápidos y profundos que
representarán una ruptura en el tejido de la cultura humana”.
Frente a la ley de Moore –enunciada por el
confundador de Intel Gordon E. Moore en 1965–, que aseguraba que cada dos años
se duplicaría el número de transistores en un circuito integrado (lo cual
anunciaba ya la exponencialidad del crecimiento), Kurzweil iba un poco más
allá y aseguraba que esto daría lugar a una singularidad tecnológica que
marcaría un antes y un después en la historia del hombre.
Un cuento para entenderlo todo
Aunque la teoría es antigua, ha vuelto a circular
gracias a la recuperación de un viejo relato tradicional que Kurzweil ha
utilizado con frecuencia para ayudar a entender este crecimiento exponencial,
y que probablemente el lector conozca. El relato cuenta la historia del
inventor del ajedrez y del emperador chino, que quiso recompensar a este por su
histórico hallazgo. Cuando este le preguntó qué quería como premio, el hábil
inventor le pidió algo en apariencia muy sencillo. Simplemente, el emperador
debía colocar en la primera casilla del tablero un grano de arroz, el doble en
la contigua, cuatro en la de más allá, y seguir así hasta que todas las
casillas fueran cubiertas.
Una petición en apariencia humilde, pero que
terminó acabando con la fortuna del emperador (o con la cabeza del inventor,
según la versión de la historia que se consulte). A pesar de que el crecimiento parece
en apariencia sencillo y limitado, elevar el dos a la 64 potencia (el número de
casillas en un tablero de ajedrez) arroja un resultado de 18 trillones de
granos (18.446.744.073.709.552.000, exactamente), una cantidad de producción
que ni siquiera toda la superficie de la tierra podría ofrecer.

La moraleja es clara: frente al
crecimiento lineal con el que solemos manejarnos en nuestra vida diaria (si
compro un coche pagaré X, si compro dos mis gastos se duplicarán), la lógica
tecnológica es exponencial y, por lo tanto, su crecimiento imparable,
incalculable y en continua aceleración, como demuestra la habitual sensación
citada al comienzo de este artículo. Algo que ha terminado por afectar a otros
aspectos de nuestra vida, como el trabajo o la gestión de nuestro tiempo libre.
Todos sabemos dónde empezamos, pero no dónde terminamos
Como explica Kurzweil, nos
encontramos en mitad de ese tablero, lo cual no quiere decir que vayamos por
los 9 trillones de granos (otra vez la engañosa lógica lineal cruzándose en
nuestro camino), sino por los 4.000 millones. En definitiva, aún falta mucho camino
por recorrer, pero ese camino se recorrerá de forma aún más rápida que lo que
hemos vivido hasta ahora. Es en ese momento cuando, según el pensador, el
emperador empezó a sospechar que el trato le había salido mal. Al principio,
todo parece avanzar lentamente y de forma fácil de entender. Sólo a medida que
pasa el tiempo nos damos cuenta de que aquello que un principio parecía
controlable pronto se desboca, de igual manera que la tecnología queda
desfasada cada vez con mayor rapidez.
Si tan rápido se producen estos avances, es
inevitable que tarde o temprano lleguemos a un momento en el que la concepción
del ser humano cambie para siempre (mucho más que con la aparición del smartphone o internet):
es la conocida como singularidad, la era en la que la inteligencia artificial
supere con mucho a la humana y el ser humano pueda transferir su mente a un
soporte informático. “A medida que el conocimiento exponencial continúe
acelerándose durante la primera mitad del siglo XXI, parecerá explotar hasta el
infinito, al menos desde la perspectiva limitada y linear de los humanos
contemporáneos”.
Desde que enunció la teoría, Kurzweil, además de
diseñar una peculiar dieta con la que planea llegar a centenario, se
ha convertido en el director de ingeniería de Google. Pero no todo el mundo
aplaude sus ideas o, al menos, la aplicación de estas. Como explicaba en una
reciente entrevista el profesor Edward Frenkel, autor de Amor y matemáticas
(Ariel), es un peligro considerar al hombre como un ordenador que
debe renovar su hardware y software para evolucionar, sobre todo si eres uno de
los hombres más importantes de una de las compañías tecnológicas más grandes
del planeta.
Fuente: Ecoportal.net